Conferencia: “Rehabilitación
Psicosocial en Adicciones.”
Mariana Núñez Guerra.
23 de septiembre 2011
Introducción
El
tema que abordaré el día de hoy resulta bastante amplio pues tanto el concepto
de rehabilitación psicosocial como el mismo concepto de adicción implican
múltiples y diversas lecturas tanto teóricas como metodológicas e incluso diría
yo de carácter epistemológico.
Por
esto me pareció importante primero intentar establecer un marco referencial
desde el cual asumir un acercamiento teórico al problema de la adicción a las
drogas para después ofrecer una definición de rehabilitación psicosocial
coherente con este fenómeno.
Como
sabemos, hoy más que nunca, el margen de posibilidad adictiva en el ser humano
se ha ampliado a terrenos antes inimaginables, se ha incrementado como se han
incrementado los productos de consumo que día a día aparecen en el mercado como
opciones casi mágicas, por su inmediatez, para encontrar el camino a la
satisfacción, término entrecomillado. Solo pensemos por un momento en
adicciones como al internet y /o a otros artefactos de la tecnología moderna,
al ejercicio, al botox, etc.
Antes
de entrar en tema me gustaría aclararles que mi experiencia en materia de
rehabilitación psicosocial se ha asociado a la generación permanente de
estrategias de intervención psicosocial para poblaciones vulnerables : lo que me ha llevado a trabajar con personas
con trastornos mentales diversos, con mujeres privadas de su libertad en un
reclusorio femenil, tuve la oportunidad también de emprender un proyecto de
intervención con un grupo numeroso de jóvenes en situación de calle, que me
parece nos ofrece algunas aportaciones para el tratamiento de las adicciones
con este tipo de población, entre otras intervenciones de carácter
institucional y comunitario. Por otra
parte, en mi práctica clínica tanto institucional como privada, he atendido en
los últimos años a un número cada vez mayor de jóvenes con las llamadas
patologías duales o los que llamaría los nuevos sujetos de atención en salud mental. Jóvenes con toda clase de diagnósticos
combinados y sin combinar, que no encuentran cabida en ninguna institución o
respuesta de dispositivos sui generis, adecuados a estas nuevas formas de
sufrir.
En
ambos abordajes, los de carácter institucional y/o comunitario y el de la
clínica privada, la intervención a través del vínculo humano, el arte y la
cultura como vías de inclusión social, ha sido sin lugar a dudas el eje de mi
trabajo. Después de conceptualizar el fenómeno que ahora nos ocupa, compartiré
con ustedes algunos aspectos sobresalientes de la experiencia antes mencionada.
De
entrada podemos decir que el tema de la drogadicción constituye sin lugar a dudas, una
preocupación contemporánea y que hasta hoy día no podemos atribuirle a ninguna
disciplina el campo exclusivo de su abordaje, ni en lo teórico ni en lo
referente a la atención. De hecho, diría
yo, que los campos de acción de cada una de las diversas disciplinas que se han
ocupado del tema de las adicciones han sido desbordados.
Se
trata de un fenómeno relacionado a diversos campos discursivos: psicológico,
social, antropológico, médico, jurídico, etc.
En la construcción social del
problema droga, lo atraviesan desde sus
particulares ámbitos, incidiendo en la conformación de diversos dispositivos y
prácticas asistenciales.
El Sujeto categorizado como Adicto.
Desde
el Estado existe una ambivalencia con
respecto al trato que debe dársele a una persona con problema de adicción. Por un lado, lo considera enfermo y le
propicia dispositivos de tratamiento pero por otro, la ley pena a los
consumidores, acusándolos de cometer un delito. Nos topamos con una primera
contradicción: el sujeto es responsable o no del consumo de droga, o está
enfermo o es un delincuente?
Para
el discurso médico, se trata de un enfermo víctima de una sustancia nociva “per
se” que termina por apoderarse de su voluntad al generar una dependencia fisiológica y para el discurso
sociológico, el adicto es víctima de una sociedad que por su descomposición, lo
invita por un lado a consumir y por otro, lo castiga y excluye por portarse
fuera de los límites permitidos, degradándose y formando parte de la
descomposición social.
El entramado jurídico tiene como paradigma el
prohibicionismo como forma de combate al consumo, el mal se encuentra en la
sustancia, por lo que la forma de erradicar el problema es acabar con la
sustancia. Esta estrategia ha demostrado históricamente en diferentes partes
del mundo, sus carencias reflejadas en el aumento del consumo, la
violencia, la corrupción, sustancias sin control de calidad, estigmatización y
criminalización de los consumidores, y la pérdida de recursos para llevar adelante
políticas del salud pública por parte del Estado.
El enfoque oficial
se desprende directamente de la definición de adicción dada por la
Organización Mundial de la Salud, según la cual, toda adicción trae consigo
"consecuencias perjudiciales para el individuo y la sociedad". Se
considera entonces la adicción como una enfermedad con repercusiones sociales y
de transgresión judicial en la mayoría de los casos. El adicto es pues, un
enfermo capaz de afectar o poner en peligro a los demás miembros de la sociedad
y muchas veces también es un delincuente, pues de una manera u otra ha
transgredido reiteradamente las leyes imperantes para conseguir la droga.
De
manera que los términos « droga » y « adicción » establecen
su propia dialéctica excluyendo al sujeto, su singularidad y su
intencionalidad. Dando como resultado algo característico de la época actual
que es la objetivación de la enfermedad.
Desde otra perspectiva, podemos reconocer que la
compulsión al consumo de droga (mejor definición para la adicción) no depende
de la droga, acentuar sus atributos de adictividad, es desconocer la función
que cumple la economía psíquica particular de un sujeto. Los efectos destructivos innegables que
acontecen con el abuso de las drogas acaban taponeando los determinantes
subjetivos que llevaron a la adicción.
Entonces nos damos cuenta de que existe un cruce de
dos fuerzas, por un lado la general, lo social, con su contexto macro
(económico, político, cultural-la práctica médica) y por otro, lo individual,
lo subjetivo del adicto. ¿Cómo compaginarlas para no acabar en un
reduccionismo?
Existe actualmente, en México como en el resto del
mundo y especialmente en América Latina, entre los distintos profesionales de
la salud un interés creciente por acercarse a un enfoque de la noción de Salud
y Enfermedad que permita, desde sus diversos ámbitos de desempeño, una
comprensión lo más integral posible del fenómeno.
Tanto en el ámbito clínico, pero especialmente en
el diseño de políticas, programas y proyectos de salud poblacionales, los
equipos de salud han experimentado las limitaciones de los modelos explicativos
de enfermedad tradicionalmente utilizados. Tales limitaciones son evidentes en
fenómenos como la adherencia a tratamientos, el éxito sólo parcial de las
políticas y los programas de prevención y promoción.
Una de las consecuencias de este cuestionamiento
generalizado tiene que ver con la incorporación de elementos técnicos y
conceptuales originales de diversas disciplinas que nos aportan una mayor
comprensión y puesta en marcha de nuevos caminos.
Si las miradas del historiador y del sociólogo
pueden ayudarnos a entender el momento histórico en que una sociedad instituye
una figura como la del “adicto”, solo un punto de vista clínico podrá decirnos
bajo qué condiciones psíquicas un sujeto puede inscribirse en esas prácticas,
amenazando o logrando interrumpir todo vínculo social que no esté determinado
por la presencia de sustancias.
Desde principios de
siglo XX, se impone el término de adicción para patrones compulsivos de
consumo. Para mediados del mismo siglo, las teorías explicativas del fenómeno
adictivo se centraban en el fenómeno de dependencia física desde el modelo
médico y el vínculo de dependencia pasiva oral desde el psicoanálisis. Aquí voy a detenerme, pues no podría pasar
por alto las aportaciones del psicoanálisis,
que sin duda nos dan cuenta de la singularidad con que cada sujeto se
relaciona con los objetos de consumo que la sociedad le brinda de manera
directa o indirecta.
Desde la teoría y la
clínica, el psicoanálisis nos enseña que existe una prohibición originaria con
respecto al objeto, tan originaria que antes que prohibición es imposibilidad.
Esta condición faltante del objeto de satisfacción, hace que necesariamente el
deseo se constituya en las vías del desplazamiento y del reencuentro en otro
objeto. A cumplir dicha función se prestan una infinidad de objetos, propuestos
por toda la organización de la oferta. La droga es uno de esos objetos que
cuando resultan revestir alguna condición del objeto perdido para un sujeto, es
adaptado como objeto de satisfacción al que se retorna una y otra vez, en un inevitable
fracaso del esperado reencuentro. Por
eso el reencuentro siempre es fallido, y no hace más que alimentar la
compulsión cuando se impone la “solución” de la sustancia real.
En la práctica clínica observamos que a partir del
establecimiento de un vínculo con el paciente, conocido como transferencia, lo
que se propicia es que este se haga responsable de su situación y de lo que le
significa su síntoma. El resultado del
proceso no es solamente una etiqueta o código diagnóstico, sino una puesta en
forma del síntoma en un vínculo transferencial, donde el sujeto advierte que hay una causa cuyo
resultado es el síntoma, y que esa causa le concierne, vislumbrando su
participación en la producción de ese resultado que es el síntoma.
No existe "la droga", sino diversas
sustancias, más o menos adictivas, consumidas de distintas formas por personas
diferentes, y que pueden dar lugar a variados tipos de situaciones más o menos
problemáticas.
Las drogas no son en sí mismas positivas ni negativas. Del significado que para una persona concreta y su entorno social tengan los efectos de una determinada sustancia, dependerá que su consumo pueda acabar resultando problemático.
La adicción a las
drogas es necesaria abordarla desde una perspectiva interdisciplinaria como un
síntoma social, teniendo en cuenta sus implicancias subjetivas y culturales.
Esta aproximación nos permite cuestionar la difundida concepción que sitúa a
las sustancias como causa de la adicción, y organizar estrategias en educación,
prevención y asistencia ubicando al usuario de drogas como actor social,
sacándolo de la marginalidad en la que suele estar, haciéndolo participe y
responsable subjetivo de su salud y de su consumo a la vez que funcionar como
agente preventivo multiplicador.
Atacar la sustancia
puede llegar a deslindar al sujeto, a veces de la sustancia, pero no de su
representación en el psiquismo, por lo tanto sigue ocupando un lugar primordial
la sustancia bajo su ausencia.
El otro modelo,
llamado de Reducción de Daños define una política social y de salud que surge
de la imposibilidad actual, transitoria o permanente, de detener la adicción y
la necesidad de minimizar el daño que el sujeto se produce a sí mismo y a los
otros. Esta concepción reconoce que en las circunstancias actuales, las
condiciones en las que los sujetos consumen los exponen a mayores daños que los
que producen las drogas mismas: condiciones de insalubridad, ilegalidad,
marginalidad, falta de acceso a los circuitos sanitarios y desinformación.
En los establecimientos
dedicados a drogadependientes en nuestro país y en el mundo, la asistencia se
organiza desde dos modelos existentes, el de abstinencia y el de reducción de
daños. El modelo de abstinencia centra la causa de la adicción en la droga,
siendo el fin último su abstinencia, que a veces se convierte también en
condición de los tratamientos. Estas instituciones pretenden desintoxicar al
sujeto, sacarle el objeto de la adicción en tanto causa. Freud ya advertía
sobre el error de utilizar métodos compulsivos e instituciones cerradas: “Las
curas de abstinencia tendrán un éxito solo aparente, si el médico se conforma
con sustraer la sustancia narcótica, sin cuidar la fuente de la cual brota la
imperativa necesidad de aquella” (Freud, 1898)
“Prohibir la droga en términos de abstinencia, es simplemente
mantenerla lejos, sin hacer el duelo por lo que seria perderla” (Vera Ocampo, 1988,98) para hacer ese duelo no es necesaria la abstinencia como indicación, sino que
irá produciéndose en tanto se reemplace la dependencia a la droga por la dependencia
transferencial.
Entendemos entonces la
adicción como un fenómeno harto complejo que ha sido estudiado y abordado desde
diversas perspectivas. Estas han
producido sinnúmero de modelos de atención con abordajes que van desde las
neurociencias hasta aproximaciones de carácter holístico. La psicología a través de sus diferentes
corrientes no ha dejado de producir estrategias y modos de explicación del
fenómeno.
No podemos dejar de
reconocer las valiosas aportaciones de todas ellas e intentar sumar esfuerzos y
perspectivas para el abordaje de tan difícil padecimiento.
Desde mi experiencia
personal, las aportaciones teórico
clínica tanto del psicoanálisis como de otras disciplinas sociales y humanistas
han sido referente fundamental para el desarrollo de intervenciones en el
terreno específico de la rehabilitación psicosocial.